miércoles, 7 de noviembre de 2012

El elefante que olvidó su fuerza


Los fracasos pasados pueden influir sobre nuestra voluntad de emprendimiento futuro al hacernos pensar que nuestras posibilidades son inferiores a la realidad.

En el circo todo parecía divertido: los payasos caían al suelo mientras reían a carcajadas y una mujer hacía malabares encima de un caballo. A través los ojos de los niños todo resultaba fascinante pero al final del espectáculo uno de estos jóvenes observó con cierta tristeza a un elefante que se miraba su pata encadenada. No podía imaginar por qué aquel tremendo animal de fuerza descomunal podía estar preso por una simple cadena así que dirigiéndose a su padre expresó su duda: ¿Por qué no se libera el elefante?

No se debe querer ir. Estará contento aquí porque le dan bien de comer .- Dijo el padre intentando alejar a su hijo de la barrera que les separaba del paquidermo.
Pero… no parece feliz.
Estará cansado porque acaba de trabajar. – Al fin, con un ligero empujón fraternal, reemprendieron su camino.
Ambos se alejaron de allí aunque el padre echó una mirada atrás e imaginó la historia de aquel animal. Era algo triste que no quería decirle a su hijo pues podría estropearle una tarde magnífica.

Aquel elefante llegó siendo una cría y fue encadenada a un poste por una cadena mucho menos resistente que la actual pero que era incapaz de romper. Los intentos por soltarse fueron constantes durante días y noches hasta que una mañana simplemente dejó de luchar.

Con el paso del tiempo el elefante iba haciéndose más y más poderoso y las cadenas relativamente más fáciles de romper. No obstante, en la mente del elefante existía una prisión mucho más poderosa: el pensamiento de que nunca podría romperlas.

Ahora que había desechado la idea de huir se había abandonado a su suerte. Ignoraba que si usara el empeño que utilizó siendo una cría podría arrancar el poste, romper la cadena y arrancar la carpa del circo.

Había olvidado incluso por qué huir pues ya no tenía ningún sentido planteárselo. Era prisionero por las limitaciones que se había impuesto a sí mismo por los fracasos del pasado. Desde que se rindió ya podían quitarle las cadenas sin problemas.

Unas semanas más tarde, en la playa, el padre pudo ver cómo su hijo se sentaba con los brazos cruzados en la hamaca con el bañador y parte del pecho llenos de arena. Parecía molesto por algo así que le preguntó con cariño: ¿Está todo bien?

¡No!
Cuéntame hijo ¿qué pasó?
Hice un castillo de arena y un niño lo tiró. – explicó airadamente mientras señalaba a un punto inexacto de la playa.
Pero hijo, no pasa nada. Haremos otro.
No quiero. Seguro que me lo vuelven a romper.
Los brazos volvieron a cruzarse y bajó la mirada. Ante esto, el padre recordó al elefante derrotado por sí mismo y se levantó sonriendo: Ven, hijo. Te voy a enseñar una cosa.

Lo acercó a la orilla y con un cubo comenzó a construir un nuevo castillo que fue destruido por una ola al poco tiempo. El niño miraba serio con los brazos cruzados aunque escondiendo una pequeña sonrisa. Sin decir una palabra su padre volvió a hacer otro castillo y en esta ocasión añadió una fosa alrededor a la que caía el agua de las olas. Pese al rápido esfuerzo el agua desbordaba y con algo de tiempo el castillo se desmoronaba.

El hijo no tardó en involucrarse en aquel juego y ya eran cuatro las manos que cavaban rápidamente la fosa antes de que llegara la siguiente ola. Riéndose y jugando… sin palabras se estaba transmitiendo una frase de la madre Teresa de Calcuta que el padre tenía muy presente: “Lo que tardaste años en construir puede ser destruido en una hora. Aún así, construye“

Emprender es aguantar, seguir adelante levantándose tras algunas caídas y aprendiendo de ellas. Es liberarse de las limitaciones del miedo y luchar por no ser atado por las grandes cadenas de nuestras dudas. Mientras jugaban, el padre miraba a su hijo pensando que nunca dejaría que se autoimpusiera limitaciones.

Debía saber perder pero sin olvidar cómo se gana: luchando. Al final se habían olvidado de los castillos rotos y simplemente competían contra el mar. Y aquella lección, que nunca se expresó con palabras, fue probablemente la más importante que aprendió de su padre.




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